sábado, 2 de mayo de 2015

marranadas

Íntima lucha contra los ciclones del norte.

viernes, 1 de mayo de 2015

jueves, 30 de abril de 2015

martes, 28 de abril de 2015

no tiene nombre

martes por la madrugada.

domingo, 26 de abril de 2015

el clásico

¡Alianza Lima campeón!

sábado, 25 de abril de 2015

el auto fantasma

Ay... vida... solo estoy.

viernes, 24 de abril de 2015

chicas del rock


           En la esquina de los jirones Conquistadores y Libertadores se levanta una vieja casona que data del siglo XVIII y que sólo los memoriosos registran que se trató de la morada del intendente Sancho de Zúñiga, un viejo guipuzcoano que en un arrebato de rebeldía lanzó el grito emancipador en la villa contra el yugo español que luego se propagaría por todo el país. Venido a menos por el descuido de sus descendientes y por el terremoto de 1960 que lo dejó prácticamente inhabitable, en los últimos años ha sido remodelado para albergar a Las Tinajas, el mejor pub de la ciudad. Lejos de contar con una barra, tablero de dardos y expender una cerveza amarga y oscura como sus pares londinenses o dublineses, el establecimiento guarda más semejanzas con una tasca castellana, destacándose el trío de tinajones que penden, cuales espadas de Damocles, en el cielorraso elevado de su ambiente principal. Con tan pocos locales nocturnos y una juventud ganosa de diversión y esparcimiento, la concurrida afluencia a este pub obligó a su propietario a derribar algunas paredes centenarias de adobe con el objetivo de ofrecer ambientes más modernos, de ladrillo y cemento, aunque alejados del estrado donde las bandas interpretan música en vivo, poniendo a cantar y bailar a las chiquillas más guapas, por lo que si se llega tarde, pasada la medianoche, se corre el albur de quedar distanciado del epicentro de la diversión.
            Requiescat ha tenido la dudosa oportunidad de presentarse en Las Tinajas en un pésimo horario, de nueve a diez de la noche. Sus temas ruidosos y desafinados sólo fueron apreciados por los mozos, el barman, el personal de limpiezas y el encargado del sonido y la luminotecnia. Como el contrato con Emilio Masías, propietario del local, establece que deben tocar tres temas más ‘convencionales’ al cierre de su repertorio, cuando ofrecen Hots On for Nowherede Led Zeppelin,Born on the Bayou de Creedence Clearwater Revival y cierran con la versión punk de El extraño del pelo largo de Los Violadores, la gente comienza a llegar, como si se tratara de las campanas que invitan a misa en la Catedral.    
            Alfredo no supo esa noche si Requiescat interpretó el tema que compuso para ellos hace un par de días. Él y sus amigos del colegio llegaron, por culpa del demorón de Tucho, cuando la presentación de la banda había culminado y acercarse a Chabelo y demás músicos a preguntarle, sería una tarea engorrosa a causa del mar de personas que se interponen para llegar hasta la mesa donde ellos se emborrachan. Viche logra atisbar una mesa desocupada en el mezzanine de madera, debajo de una réplica enmarcada de The Dark Side of the Moon y todos se apresuran antes que les ganen el espacio.
            —No está mal para haber llegado a las once —se consuela Carlitos.
            —Hemos estado en peores ubicaciones —responde Rodrigo—, por lo menos tiene cierto valor estratégico. Gozamos desde aquí de una visión privilegiada de todo el ambiente.  
            —¿Has visto quien está sentada en la mesa de Chabelo? —pregunta Alfredo a Coco.
            —¿No es esa la ‘chancha’ Patty?
            —¡Yeah! The Pig Patty or the Pig Party.
            —A la puerca le gusta el rocanrol, ¿no?
            —Veo que la recuerdas cómo la conocimos...
            Ambos se ríen y rememoran una noche de septiembre del año pasado, había verbena por el inicio de la Primavera en la Plaza Mayor. César Paredes, el blondo amigo del Celestiano, aprovecha el viaje de sus padres a Calandán para sacar el automóvil de la casa sin pedir permiso y pasa por la calle Magna donde se encuentra con Coco, Alfredo y Pepe Peláez, quedando los cuatro en putear por el centro, previa compra de una botella de ‘Naranja Mecánica’ —ron barato con gaseosa de naranja— en La Virreina. En una banca, al frente de la Catedral, avistan a dos muchachas, vestidas para pecar. Alfredo y Coco se animan a abordarlas.
            —Y chicas, ¿qué hacen?
            —Nos dijeron que se iban a presentar varios grupos de rock, pero lo único que vemos son conjuntos de música criolla —les da cabida Patty Morales, a quien luego le chantarían el alias de ‘Chancha Patty’ por su voluminosa corpulencia. 
            —Si quieren ‘músicos’ aquí tienen a dos, yo soy guitarrista y mi compadre bajista del grupo... ¡Armonía!  
            —¿Armonía? Eso me suena a grupo de música tropical-andina —responde la fémina con gesto de asco.
            —No, mi amor, lo nuestro es el rocanrol. Nosotros fuimos teloneros de El Tri cuando se presentaron en el Coliseo en mayo pasado. ¿No les gustaría escucharnos? —insiste Alfredo. 
            Ante la proposición, las amigas se miran, se lanzan risitas traviesas y aceptan dar una vuelta. Alina, la más guapa, accede sentarse adelante, entre Coco y César. Atrás, Alfredo va con Patty Morales y Pepe con una morena de cabello mal pintado que nadie se explica en qué momento apareció y trepó en el vehículo. La única música que suena son las baladas de la década del setenta que irradia una emisora de Amplitud Modulada, la única que el equipo puede captar, propicia para aminorar el sonido de los besos de la ‘Chancha’ con Alfredo y los de Pepe con la morena que suda por todos los poros, aumentando el hedor que emana de su chompa que lleva semanas rogando ser lavada, sus raídas pantyhose y sus zapatillas desgastadas.
            La noche finaliza un par de horas después cuando las muchachas se apean en la misma banca frente a la Catedral y Pepe, previendo las puyas que se le vienen encima, pone el parche asegurando: “¡Qué rico chapa la negra! ¡Sus labios gruesitos son la cagada! ¡Una cosa bonita de verdad...!” Nadie hace comentarios sobre los ímpetus carroñeros de su amigo, más bien se concentran en una agria discusión entre César y Coco porque habiéndose disputado al mismo tiempo a la misma presa, ninguno se la pudo pescar. Así que tras tanta bilis destilada por quien va al volante, esa noche quedó establecido que de allí en adelante el amigo que sacara carro tenía la potestad de elegir para sí a la mejor de las féminas a levantar... Juramento que a la fecha jamás se ha cumplido.
           

            —A esa chancha de mierda siempre me la encuentro en Tinajas y en otros antros donde tocan rock y jazz en vivo—comenta Rodrigo, quizá el más aficionado a la música de los amigos presentes.
            —Definitivamente es una puta melómana —asevera Carlitos.
            —Es la hembrita de Alfredo —se burla Coco.
            —¿En serio es tu hembrita? —pregunta Rodrigo con un gesto de asco.
            —Somos una pareja moderna —sigue Alfredo la corriente.
            —Pues en este momento la pendeja de tu pareja se ha colocado encima de Rafo Rizzi —comenta Nando y todos voltean para verla besarse con el otrora bajista de Requiescat, a quien la banda le ha organizado una despedida antes de que parta por estudios a Chile. Alfredo otea en busca de Patty Rosas y no la encuentra. “Debe estar hospedada en el Morrison Hotel”, piensa al recordar su afición por los Doors y los alucinógenos.
            Después de ese primer encuentro con Patty Morales, tuvieron que transcurrir algunas semanas para volverla a ver en una fiesta de Halloween sin disfraces, organizada por el Instituto donde ella quien es un par de años mayor que él, estudia Mercadotecnia. En forma abierta y descarada, ambos se besan de manera salvaje, sin importarles el qué dirán de los presentes, terminando en una construcción abandonada, aledaña al local donde se realizó la fiesta.
            —No, Alfredito, ¡aguanta! ¿Qué haces? Estás que te confundes. Yo no soy ese tipo de chicas. ¡Saca la mano! No, no, ¡nooo...!
            Excitado como se encuentra, el muchacho se apodera de sus pechos obesos y los mama con ansiedad, arrojándola en el suelo sin importarle ensuciarla con la tierra acumulada, despojándola de un solo tirón del pantalón y sus bragas. Mientras ella le dice: “¡no sigas!, ¡no sigas!”, paradójicamente lo incentiva abrazándolo más. Montado encima de tanta carne desbordada, escucha que le dice: “¡Me duele! Métela despacito, nomás!” Sus labios vaginales se encuentran tan lubricados que el miembro de Alfredo se introduce y se resbala hasta lo más profundo, consumando en instantes su primera fornicación de una mujer sin tener que pagar una tarifa en un burdel.
            Luego, Patty llamaría varias veces a Alfredo para volver a salir, pero sólo se verían una vez más antes de la Navidad, acudiendo al Copacabana, una discoteca cuya densa oscuridad permite a las parejas ir más allá de los besos y abrazos. La gorda le practicó a Alfredo una mamada fenomenal, al punto que éste agradecido correspondió con un beso prolongado, sin importarle que ella tuviera en la boca vestigios de su propio semen que de buen agrado había engullido.
            —¡Mira, huevón, a tu hembrita! —exclama Coco ahora.
            —Sí, ya la vi frotándose con Rafo.
            —No me refiero a esa zorra, si no a la que acaba de llegar.
            Movido por la curiosidad, mira hacia la puerta y observa a la chiquilla con la que tenía cita hace un par de semanas y la indecisión y la cobardía hizo que la dejara plantada. Junto a ella aparece Patty Valles, su amiga inseparable.
            —¿Estás afanando a Rocío Castilla? —inquiere Rodrigo.
            —Bueno, es un decir —recalca Tucho—. Tuvo sus quince minutos de ilusión. Bailaron un par de canciones en un quinceañero al que nos colamos.
            —Pues no está mal. Es una buena chica. Vive a la vuelta de mi casa —afirma Rodrigo y a Alfredo le entusiasmaque alguien quien tiene como costumbre hablar mal de una buena parte de la humanidad, tenga un buen concepto de ella.
            —¡Puta que estás de moda, huevón! Por un lado Rocío y por otro la ‘Chancha’ Patty. Esta noche tienes para elegir —subraya Coco.
            —No sé si Rocío me hará caso. Una de las cosas que una mujer nunca perdona es que la dejes plantada.
            —Sé que Chabelo se caga por Patty Zalvidea, ¿no? —continúa Rodrigo— Desde que le dije que siempre la veo pasar por mi casa, no para de preguntarme por esa huevona. Ella es su mejor amiga. Pónganse de acuerdo y afanen a dúo.
            —Esta noche va a ser muy difícil que hagas algo, no han venido solas —lo desanima Tucho y todos se percatan que dos muchachos las escoltan hasta una mesa reservada, colindante a donde están los de Requiescat.
            —¡No te preocupes, Alfredo! —asevera Rodrigo— Conozco bien a ese par de babosazos. Juan Pablo Nassi y Juan Pablo Montealegre. Son zanahorias. No pasa nada. Forman parte del grupo parroquial. ¡Esos ni con hambre muerden!
            Los recién llegados toman asiento y aguardan que Madrid en Technicolor, conjunto que interpreta canciones de la movida madrileña, culmine su performance. Alfredo no despeja los ojos de los movimientos de Rocío, al igual que los de su amiga íntima y los del baterista de Requiescat. Aguarda que su compañero de aula ejecute una maniobra audaz, que se interponga entre su amor platónico y su galán de turno, la tome del brazo y la lleve a un costado, así él se anima a aproximarse y ponerse a tiro de una mirada o de un gesto de la muchacha y la pueda abordar. Lamentablemente, Chabelo es tan cobarde como Alfredo y no efectuará ningún acercamiento, permanece atornillado en su sitio, bebiendo chopp tras chopp, embriagándose temprano.
            Antes de la medianoche, la banda de los Juan Pablos se apodera del estrado, se hacen llamar Rubber Soul y como se puede sospechar por su nombre, se especializan en temas de los Beatles. Arrancan con I Saw Her Standing There, un título adecuado para las inquietudes que embargan a Alfredo en ese momento. “¡Haz algo, Chabelo de mierda!”, pide en pensamientos ahora que las chicas están solas, pero es pedirle peras al olmo. Su amigo está apresado en un bosque de jarras de cerveza y no va a escapar. Él, por su parte, va a necesitar de un par de jarras para iniciar un movimiento. “¡Quítate, Carlitos! ¡Me ganan las ganas de mear!” Baja las escaleras e inevitablemente queda frente a las muchachas, cualquier cosa que haga para evitarlas sería evidente y bastante bochornoso, así que camina firme hacia la mesa, con la misma decisión de una polilla que vuela hacia la bombilla que termina por aniquilarla. 
            —¿B-bailas? —le dice a Rocío, tropezando con una de las sillas vacías.
            —No se puede, gracias, estamos en un pub, no en una discoteca.
            —Podemos danzar encima de la mesa.
            —Botaría mi botella de Coca-Cola y todavía está llena.
            —Si la compartes conmigo la vaciamos en un santiamén.
            —¿En serio quieres bailar Yesterday?
            —Eeeh... en realidad me gustaría cantarla. Los Beatles son mi banda favorita y qué mejor que escuchar sus canciones aquí de cerca.
            —¡No se puede! ¡Esos asientos tienen dueños! —interviene Patty Zalvidea.
            —Yo veo que sus ocupantes están ocupados haciendo música para ustedes, para todos y para mí. Igual, si quieres le hago la consulta al hijo no reconocido de Yusuf Islam —se defiende el invasor, señalando con la cabeza a Juan Pablo Nassi.
            —Juan Pablo es profundamente cristiano, pero no se ofendería si lo comparas con un personaje tan espiritual, a pesar de que este profesa una religión distinta. Además, compuso canciones maravillosas antes de convertirse en musulmán.
            —Y si es tan creyente, ¿por qué canta las canciones de alguien que afirmó que los Beatles eran más grandes que Jesucristo?
            —Jesucristo no hubiera sentenciado a la hoguera a una persona sólo por cometer un arrebato de soberbia.
            —Lo que pudo ser un arrebato, más tarde se convirtió en una afirmación. Lennon en la canción God asegura fehacientemente que no cree en Jesús.
            —Esa canción es fruto de la amargura. La compuso tras la separación de los Beatles—“the dream is over, what can I say”— y descarga mucha bilis en ella. A mí no me interesa si John aceptaba o compartía mis creencias, lo que me importa es que en sus canciones me habla de amor, paz y tolerancia, mensajes que concuerdan con todas las religiones.
            —¡Vaya!, conoces bastante de Lennon, insospechable en una muchacha devota que participa en su parroquia.
            —Los problemas que John podía tener con Cristo o con la Iglesia, ese era su rollo personal. Yo te aseguro que el Salvador no tiene ningún problema con John y yo mucho menos. Guardo para mí sus ideas positivas y no hago caso de sus conflictos existenciales o dogmáticos. Lo mismo hago con Bob Dylan, Neil Young o Mick Jagger. Rescato de la música rock lo que entra conmigo en sintonía y rechazo lo que pueda chocar contra mis convicciones.
            —¿Cómo es que sabes tanto de rock? Pensé que lo tuyo eran las baladas.
            —Me gustan las canciones de amor y también el rocanrol. Me gusta Bread cuando canta Everything I Own o algo más fuerte como Mother Freedom. Mis padres eran hippies contestatarios, antes de convertirse en ama de casa y psiquiatra del Seguro Social. Crecí en mi casa escuchando mucha música. Guardo muchos cassettes y unos cuantos discos de 45 revoluciones.
            —Quizá algún día me puedas invitar a tu casa. Me gustaría mucho escuchar esos tesoros.
            —Hace unas semanas quedamos en juntarnos en la casa de Patty, ¿recuerdas? Ella propuso escuchar jazz, género que no es mucho de mi agrado. Pensaba llegar con una caja de colección que contiene cinco discos del Festival de Woodstock y que mi papá conserva como reliquia, pero al final nos fuimos a dormir temprano.
            —Creo que tú y Patty merecen una disculpa. Esa noche Chabelo y yo...
            —No te apures en excusarte. Dios sabe por qué suceden las cosas. Créeme que todo está bien así. Quizás esa noche nos podríamos haber peleado y hoy no estaríamos aquí conversando.
            —Lo dudo mucho. No he conocido jamás a una chica de carácter tan dulce y agradable como tú. Incluso cuando reprochas y reniegas lo haces con una sonrisa. Tus reclamos están exentos de revanchismo o malicia. Encima de todo, constato que te gusta el rock y estás aprendiendo sobre cine francés.
            —Y también norteamericano. Ayer nos hicieron ver Sabrina porque ella se va a París y suena La vie en rose
            —“¡Oh, Rocío! ¿En dónde has estado toda mi vida?”
            —Te diría arriba de la cochera, pero tú estás lejos de ser William Holden y yo sí tengo algo de Audrey Hepburn...  


            Con una mezcla de Day Tripper con Get Back, Rubber Soul finaliza su tocada, agradeciendo a los ‘fab four’ por haber existido, tomando la última frase de una canción de Los Bárbaros: “No sé por qué decir adiós, cuando una clave de sol me ilumina el corazón”. Tras desprenderse de sus instrumentos, cediéndoles el turno a Agüiruguá, banda que toca temas de Twisted Sister, Quiet Riot y Def Leppard, los dos Juan Pablo se acercan a la mesa de sus acompañantes. Rocío cumple con el protocolo de presentarlos con Alfredo.
            —Los felicito, ha sido una buena presentación.
            —Gracias, se hace lo que se puede. Yo por mi parte interpreto canciones de los Beatles desde los nueve años. Estoy familiarizado con sus timbres de voz.
            —¿Ah sí? Dime entonces, ¿qué beatle es el que canta Taxman?
            —George.
            —¿Y With a little help from my friends?
            —Ringo.
            —¿Y You never give me your money?
            —A Alfredo le gusta mucho la música y también el cine —interviene Rocío, cortando el improductivo duelo de ‘haber si la sabes’.
            —¿Eres solamente aficionado a ver películas o también realizas videos?
            —He grabado algunos cortos con la cámara que mi viejo me regaló hace un par de años —miente sin siquiera ruborizarse—, nada serio, uno que otro relato de terror de Lovecraft y algunos diálogos improvisados entre amigos, con planos cerrados, al estilo de Faces de John Cassavetes, ¿la has visto?
            —No conozco mucho de cine, pero quizás tú seas el amigo que la parroquia andaba buscando.
            —¿Quieres que grabe alguna Primera Comunión?
            —No. Resulta que uno de mis pasatiempos es componer canciones y aquí con mi tocayo —y Alfredo nota que el otro abraza muy cariñosamente por detrás a Patty Zalvidea—, hemos compuesto una ópera-rock que hemos venido ensayando con los chicos de la parroquia, inspirada en las apariciones de Jesús en los cuarenta días entre su resurrección y su ascensión a los cielos. Nos gustaría contar con un registro fílmico de nuestras presentaciones y luego quien sabe, hacer una película.
            —No pides poca cosa —conjetura Alfredo, elucubrando que quizá tras la facha de santurrón, se oculta un fumón alucinado—, quizá podríamos ser más ambiciosos y podríamos escenificar en ambientes naturales, en el desierto o en la playa, como si fuera el mar de Tiberíades, algo parecido a Jesucristo Superstar.
            —¡Oye, esa es una idea estupenda! No sólo se va a entusiasmar el padre Ramiro, también el Monseñor Junghans quien incluso puede pedir apoyo al Cardenal y...
            —Claro, claro —lo frena antes de que se proyecte hasta El Vaticano—, se pueden hacer muchas cosas, pero primero necesito leer su libreto.
            —No tenemos uno estructurado, sólo algunas canciones sueltas que venimos ensayando. Si nos das un par de semanas, podemos alcanzarte un borrador.
            —¡Macanudo! Eso es fundamental para hacer el desglose de tomas, locaciones, presupuesto, reparto de actores...
            —No necesitamos de actores —corta Rocío—, nosotros en la parroquia interpretamos a todos. Juan Pablo, por ejemplo, hace de Jesús y yo de María Magdalena.  
            Animado por su intervención, Juan Pablo abraza a la muchacha, le toma el mentón y le estampa un ósculo en los labios que deja boquiabierto al presunto videasta. Un movimiento que él no se esperaba.
            —Parece que esta noche la ‘música’ ha dejado turulato a más de uno —señala Patty al notar el cambio de semblante.
            —¿Desde cuándo son enamorados? —pregunta Alfredo con bastante torpeza.
            —Desde el domingo pasado —le informa Rocío.
            —Nosotros nos adelantamos por un par de días —complementa Patty, abrazando al otro Juan Pablo con fuerza.
            Gracias a la pobre iluminación y a que los Agüiruguá tocan una balada de los Twisted Sister que los presentes corean agitando la flama de sus mecheros encendidos —“Oh it’s the price we gotta pay and all the games we gotta play, makes me wonder if it’s worth iy to carry on...”—, nadie nota el rubor que provoca que el rostro y las orejas de Alfredo ardan. Voltea hacia Chabelo y lo nota más deprimido y sumergido en la cerveza. Sospecha que de antemano ya estaba informado sobre los amoríos de las chicas que dejaron plantados un par de viernes atrás. “¡Maldito ‘zorro blanco’! ¡Por qué carajo no me advertiste! ¡Me hubieras evitado tremendo papelón!”
            —...Pues sí, quedaste en ridículo —le dice Nando ni bien pone en autos a todos sus amigos—. Camarón que se duerme... se queda dormido.
            —¡Se lo lleva la corriente, petiso! —le corrige Tucho.
            —Je-je-je... Bueno, la idea es la misma. Este huevas se quedó sin soga y sin vaca.
            —Y encima te comprometiste a realizarles un vídeo —se une Rodrigo a la puya—. ¿Cómo le vas a hacer si ni siquiera tienes una miserable cámara fotográfica?
            —Puedo engañarles que mis equipos se malograron y sugerirles que alquilen la cámara y las luces al primo de Beto Patiño, quien tiene su productora y hace dos veranos se la quiso dar de Truffaut y filmó su propia versión de Fahrenheit 451, claro que el experimento le salió una cagada. 
            —Peor cagada me parece que quieras grabar los amores de María Magdalena con Jesucristo Superestrella —observa Coco— ¡Resígnate, huevón! Esa flaca ya tiene propietario y tú sigues igual que una tenia solitaria.
            —¡Hombre de poca fe! Las batallas hay que pelearlas antes que darse por vencido. Puede que impresione a Rocío con mis conocimientos cinematográficos. Además, yo soy más churro que ese Juan Pablo.
            Ese comentario, mezcla de broma y piconería, provoca que todos estallen en carcajadas y las burlas broten incontenibles obligando que el abucheado enmudezca de vergüenza, bebiendo chopp tras chopp de cerveza en busca de una embriaguez semejante a la de Chabelo. “Perdí mi oportunidad, no la supe aprovechar, ahora hay otro ocupando mi lugar”, se lamenta sin vislumbrar solución y casi de inmediato maldice a Caludia, a quien siempre le echará la culpa de tener mala suerte en el amor. Permanece distante de sus amigos cuando cambian de conversación y brinda consigo mismo al ver a Rocío y sus acompañantes marcharse de Las Tinajas, mientras los Agüiruguá se alucinan Def Leppard al tocar: “It’s too late for love...”   
            —¡Miren a la flaca que está allí parada en la puerta! ¿Acaso no es la Mossy? —exclama Rodrigo y todos voltean a observar a la muchacha de piel morena que estrena nuevo peinado lacio con cerquillo, los ojos delineados como faraona y los labios recargados de rouge.
            —¡La golfa sabe lo que tiene! —comenta Tucho al observarla contornearse al ritmo de la música, ataviada con una falda negra ceñida que descubre sus piernas firmes y sus senos apetitosos a través del escote.
            —No me explico cómo le permiten circular por las calles —cuestiona Jonás—. ¡Esa perra está sidosa y es un peligro para la sanidad!
            —El pabellón de seropositivos del hospital Nazaret no es una prisión y portar el virus del sida no es un delito. Tampoco puedes colgarle un sambenito ni pedir que ande con una matraca como se anunciaban los leprosos en el Medioevo —arguye Viche.
            —¿Por qué me miras? —le pregunta Coco a Rodrigo al sentir su mirada incisiva.
            —¡Tú te comiste a la Mossy! —lo señala con dedo inquisidor.
            —Sí, en las escaleras de su pensión.
            —Es posible que te haya contagiado el virus.
            —No lo creo. Me puse condón.
            —¡Tú te vas a poner condón! —se inmiscuye Jonás— Todos ustedes los de Cali son iguales. Tiran sin protección así luego la pija se les caiga en trocitos.
            —¡Yo no tengo sida! —comienza Coco a perder los papeles— Si quieres me la como a tu hermana y luego que ella se haga la prueba de despistaje. 
            —¿Por qué no te haces la prueba y sales de dudas? —se entromete Nando.
            —Quizás ya me la haya hecho o tal vez no, ese no es su problema. No pienso culearme a ninguno de ustedes —apela Coco a hacerse el misterioso.
            —Claro que no, pero muévete un poquito más allá —se burla Rodrigo—, el sida se transmite hasta por las glándulas sudoríparas.
            —¡No seas ignorante! —salta Tucho— El sida sólo se contagia por contacto genital o por transfusión sanguínea.
            —Puede ser, pero yo me siento intranquilo con un presunto sidoso a mi lado —replica Jonás.
            —Por el bien de todos es prudente que te hagas el examen de Elisa —aconseja Tucho, quien no le quita la vista a Mossy a la que encuentra más buena que el pan, pero seguro por los rumores nadie se le acerca—. Mañana, si quieres, yo te acompaño al Hospital Nazaret y despejamos este tormento. ¡Eres terco como ninguno pero por una vez en la vida sopesa las consecuencias. No esperes a que el chisme llegue a oídos de las chicas o del propio padre Rodrich quien no va a dudar en aislarte o expulsarte del colegio como medida profiláctica. ¿Tú qué opinas, mongol?     
            Alfredo no opina nada, continúa distante con la mirada fija en la mesa ocupada por los Resquiecat. Pocos se percatan que estudia los movimientos de cada uno de los componentes, sobre todo en los de Rafo Rizzi y Patty Morales. Apenas el vocalista de Agüiruguá invita al exbajista de cabello ensortijado a subir al estrado y tocar con ellos la versión de Quiet Riot de Mama Weer All Crazee Now, aguarda a que la muchacha se dirija a los servicios higiénicos para que él, como impulsado por un resorte, abandone su asiento y corra tras ella en pos de un consuelo a lo mal que se siente en ese momento. Con un chopp en la mano, le hace la guardia a su ‘presa’ y cuando ella asoma no duda en abordarla.
            —Hola, Alfredito. ¿Qué pasa? Te noto bastante agitado.
            —Estaba recordando lo que pasamos juntos.
            —¡Vaya! De repente disipaste muchas semanas de amnesia. ¿Qué quieres?
            —Estar contigo un momento.
            —No se puede. Estoy ocupada.
            —No importa. Nos escabullimos por la puerta y nos vamos a un lugar más apropiado.
            —Lo siento. Te fuiste a Sevilla y perdiste tu silla.
            —No te vayas así nomás. Dame un beso.
            —¿Estás demente? ¡Yo no quiero!
            —¡Bésame y te dejo marchar!
            —No, Alfredito, ¡no insistas! —y Patty contrae los labios para ponerlos a recaudo de los embates que intentan como sea abrirse paso a su boca.
            —Vamos, Patty, ¡todo sea por el rocanrol!
            —¿Sí te doy un beso me dejas ir?
            —Te prometo que sí.
            La chica accede y la lengua de Alfredo se introduce en su boca recorriéndola como si se tratase de un taladro que perfora y succiona su saliva a vista y paciencia de todos los que ingresan y salen de los baños. En los minutos contados que se abrazan y forcejean apostados en una pared, el muchacho se enardece cuando con el rabillo de los ojos se percata de la presencia de Carlitos, Viche y Nando, testigos de cómo Patty accede a sus requiebros, permitiendo que sus manos recorran las zonas sinuosas de su cuerpo. No se detiene incluso al creer reconocer a diversas chiquillas del Virgen de las Mercedes o del Mariano, amigas de Rocío Castilla y de la propia Caludia.  
            —¿Satisfecho? —le dice al despegarse.
            —¡Claro! —responde con el mentón ensalivado.
            Patty se abre paso y corre a unirse a Rafo Rizzi quien ha presenciado todo desde lejos, pero encogiéndose de hombros vuelve a recibir a la Morales entre sus brazos y al poco tiempo ambos partirán a un hotel al paso para disfrutar de su última cópula antes de partir a Chile. Alfredo con una sonrisa de oreja a oreja se une al grupo de amigos que mezclados con las personas que han movido sillas y mesas cantan y se menean con las canciones de la banda, escogiendo I Wanna Rock para cerrar su presentación.
            —Ellos le deben su nombre a este tema —le comenta Carlitos a Viche—. En una de sus primeras presentaciones la tocaron y un serrano en vez de cantar: “¡I wanna rock!”, exclamó: “A güiru guá... ¡guá!” y a los músicos les pareció de puta madre llamarse así.
            Culminada la velada, a golpe de dos de la mañana, los muchachos de Cali acabaron los restos de cerveza de las jarras y se prestaron a caminar la veintena de cuadras que separan al centro de sus casas. El frío y la humedad asoman más crudas que de costumbre, pero a ninguno parece importarle.
            —¿Estás contento? —le pregunta Tucho a Alfredo quien sonríe taciturno, como si el ósculo forzado le hubiera quitado el mal sabor de boca.
            —Sí. Al menos puedo meterme a mi cama tarareando Kiss on my List de Daryl Hall y John Oates.            
            —Yo que tú hago gárgaras cuando llegue a casa —le sugiere Coco—. Antes que arrincones a la ‘chancha’ Patty, Rafo Rizzi contó que ambos se encerraron en el baño y que ella le había chupado la pinga...